Para mí, la pérdida de un lenguaje significa mucho mas que el lenguaje en si. Cuando se pierde un lenguaje se pierde toda la cultura, las tradiciones, las creencias, las experiencias, las vivencias y las emociones que se expresaron en ese lenguaje. Recuerdo mucho las palabras de Fernando Benitez (¿has escuchado de el? Es un gran intelectual, investigador e indigenista mexicano), el dijo muy acertadamente que cuando muere un indígena, muere con el TODA una enorme biblioteca de conocimientos por siempre perdidos. Lo mismo o tal vez aun mas se puede decir de cuando muere un lenguaje pues este engloba lo que todo un pueblo o pueblos vivieron, aprendieron, soñaron, sintieron, temieron, gozaron y sufrieron no solo en años si no en siglos.
Desafortunadamente yo he visto y sufrido en carne propia la muerte de mi propio lenguaje. Mis abuelos eran totalmente bilingües pues hablaban español y náhuatl, mis padres fueron a escuelas donde les exigían hablar solo español aunque entendían un poco de náhuatl cuando eran niños pero desde que los abuelos murieron ya no tienen con quien o donde escuchar náhuatl. Y mis hermanos y yo, desgraciadamente, nunca fuimos educados en el náhuatl. Cuando mi abuelito llegaba a visitarnos el siempre nos hablaba y leía en español. Cuando nosotros los visitábamos siempre les hablábamos y leíamos en español.
Mis papás, sobre todo mi mamá, siempre han usado muchos términos náhuatls y ese ha sido nuestro único puente hacia nuestro pasado, pero ese puente es muy pequeño y desafortunadamente a través de el no podemos entender y apreciar todo lo que significaba o significa la vida y la muerte para los aztecas.
Cuando yo era niña yo escuchaba que mi mamá al referirse a su papá o al papá de sus amigos o primos siempre decía “Tata” (en náhuatl, padre es tahtli, o con cariño y reverencia tahtzintli). Mi papá siempre llama al más pequeño de todos “el xocoyote” o “el xocoyotito” (del náhuatl xocoyotzin, el más pequeño).
Aún ahora, cuando estamos enfermos o nos sentimos mal, decimos que estamos “pish-pish” (no se la palabra náhuatl que corresponde). O cuando algo huele mal (especialmente en la cocina) mi mamá dice que “huele a xoquiaque” (tampoco se la palabra náhuatl correspondiente).
Pero aún usando esas palabras, aun cuando mi mamá nos enseñó a rezar a mamá Lupita-Tonantzin (nunca a Jesús ni a la virgen María ni a ningún santo católico), aún así yo casi no se nada de mis antepasados, de cómo veían y tomaban la vida, de que pensaban de que los españoles nos hubieran arrancado y pisoteado no solo nuestra madre tierra Tonantzin pero también nuestra cultura, nuestra lengua, nuestras tradiciones.
Poco a poco he ido aprendiendo algunas cosas, poco a poco he ido preguntando e indagando, poco a poco he ido retomando rituales o palabras olvidadas o perdidas. Ahora, digo huitzitzili cuando antes solo decía “colibrí” (y tu sabes que en Berkeley hay muchos huitzitzilis), ahora trato de decir nantzintli cuando antes solo decía “mamá” (1). Mi alter ego ya no es “Margot” (¿que nombre tan europeo, no? ¿Qué tiene que ver ese nombre conmigo?) sino Chicuace. Ahora también bailo danza azteca. Ya bailo con los concheros. Ya volví a usar ojos de venado y ahora ando en busca del ayacachtli perdido. (2)
Pero otra vez, ¿quién va a poder explicarme como era mi cultura? ¿Quién va a poder contarme nuevamente lo que me contaba mi abuelito acerca de que significan los colores del cielo? ¿Qué le voy a decir yo a mis hijos sobre los colores del cielo? ¿Cómo voy a explicarles la preparación del pulque? ¿Cómo voy a convencerlos de que el chocolate es azteca y maya y no europeo o suizo como piensan algunos? ¿Cómo voy a saber cómo se hacen los petates? ¿Cómo y qué significan los baños de temazcal? ¿Porqué es que las mujeres daban a luz en cuclillas, asidas de un tronco, y no acostadas o a través de cesáreas como quieren los médicos de ahora? ¿Porqué había mujeres que ayudaban a las parturientas? ¿Qué hacían? ¿Cómo se cuando las tunas ya se pueden arrancar de los nopales? ¿Cómo se siembran los magueyes?
Hace unos días expliqué a la familia de Jason lo que significan los ojos de venado para nosotros, y al buscar un poco sobre ellos me encontré con que tienen algunas propiedades curativas (tal vez por eso son tan buenos para protegernos del mal de ojo). Seguro que los antepasados lo sabían, por eso nos decían que por lo menos los bebés tenían que usar ojos de venado. Pero yo no lo sabía, ese conocimiento fue arrancado de mi vida. Ejemplos como ese abundan, hay muchas cosas que hacemos solo por tradición pero no sabemos su significado real. Eso lo sabían los antiguos. Ese conocimiento se llama Huehuetlahtolli. Es la palabra antigua. El legado cultural de los mayores. (3) Mucho de ese conocimiento fue borrado del mapa por los conquistadores y sus descendientes, por la cultura hollywoodense y por los macburgers.
Por eso yo me niego a escuchar lo que los antropólogos o científicos hollywoodenses-macburgenses gringos o europeos digan sobre mi cultura, me niego a “aprender” de ellos sobre mi propio pasado. Ellos si que encontraron un negocio redondo y yo me niego a ser parte de su negocio: primero vienen, nos matan, nos roban, destruyen la cultura, destruyen el lenguaje, a los pocos y malheridos sobrevivientes los usan de sus peones. Después vienen a “estudiarnos” desde su perspectiva imperialista y de profundo desprecio y nos ven como simples objetos folclóricos. Finalmente nos venden sus libros y nos dicen cómo eran nuestros antepasados y cómo es que debemos preparar la comida, entre otras cosas. ¡Tienen el gran descaro de venir a vendernos a nosotros, conferencias y libros sobre como se deben preparar los tamales! (4) ¡Qué descaro! ¡Qué negociazo! Pues no, yo no participo en el.
Yo se que muy probablemente nunca jamás las cosas van a ser como fueron antes, yo se que nunca voy a volver a ver a mi abuelito (salvo en sueños – aunque tal vez esto ya es suficientemente bueno), se que muchas preguntas se van a quedar sin respuesta. Pero también se que tenemos dos opciones: o continuamos con nuestras tradiciones y defendemos nuestra cultura y lenguaje aún cuando parezca que nada tiene sentido, o dejamos que todo se vaya al olvido. Yo escojo la primera opción.
Defender el lenguaje y la cultura no es algo fácil. Pero si dejamos que todo se pierda, entonces, una parte muy importante de nosotros (de dónde venimos, quiénes somos) también muere y yo no quiero morir en vida.
Afortunadamente no estamos solos, tal vez somos aún pocos, pero no estamos solos.
Hace unas semanas fui a un concierto de música afro-cubana (5) y el director de la orquesta dijo que ellos habían tenido la opción de continuar tocando la música que sus padres y abuelos crearon para que las nuevas generaciones conocieran de esa música, o solo crear partituras nuevas. Ellos optaron por las dos cosas: tocar música tradicional y al mismo crear nueva música.
La semana pasada en la danza azteca conocí a una chica que lleva bailando con ese grupo más de siete años, el día que la conocí llevaba a su hija de mas o menos un año y medio de nacida. Esta joven me dijo que lleva a su hija con ella a la danza porque quiere que su hija también baile danza azteca, porque quiere enseñarle que la cultura azteca no solo se encuentra en México, porque quiere que su hija sepa que aunque ella emigró de México nunca va a dejar atrás su cultura.
Papá Zak y Mamá Naomi también están defendiendo su lenguaje y su cultura. Y de qué manera, pues ahora, gracias a sus esfuerzos muchos ya conocemos y disfrutamos Kakilambe, Kuku, Landjang, Ching, Ñaca y Silimbó entre otras danzas.
Defender el lenguaje, las tradiciones y la cultura no es fácil. Pero como Andrea, Diony, Jason y yo y cientos de otros más íbamos cantando en la marcha por los derechos de los inmigrantes de ayer cuatro de septiembre ¡SI SE PUEDE! Nadie dice que sea algo fácil, pero SI SE PUEDE.
(1) Mi querida nantzintli me soñó
(2) En busca del ayacachtli perdido
(3) Huehuetlahtolli
(4) Excuse me? Tamales can be flat too!
(5) Man it was hot! And it was so cool!