Tuesday, June 06, 2006

¡Mejor que ya nos agarren!

'¡Por favor señor no me deje! ' Se escuchó una voz adolorida de mujer. Volteó y todo estaba obscuro y no se podía ver bien pues estaba nublado y no había luna llena. '!Por favor señor!' Esta vez la voz se escuchaba más cercana, así que estiró el brazo no sabiendo bien hacia donde dirigirlo, parecía que estaba jugando a la gallinita ciega, pero no, esto no era un juego.

Estiró aún más el brazo, tocó el aire, y de pronto recordó que una mujer del grupo se había estado retrasando. Estiró también el torso y por fin pudo sentir otra mano, tibia y sudorosa a la vez. Era la mano de quien lo llamaba. ‘Gracias señor! Ya me estaba quedando atras y es que estoy muy cansada, ¡gracias!'

Ella lo tomó de la mano fuertemente y entonces él, ya asida la mano de ella, volteó a proseguir el camino, pero la noche era tan negra que no pudo ver mucho y tuvo miedo de haber perdido al grupo. Siguieron caminando y afortunadamente unos metros mas adelante por fin escucharon a los otros. 'Es que este es un desierto tan traicionero que si por un segundo volteas a ver a otro lugar o te detienes a descansar, ya chupaste faros porque el camino es tan sinuoso y el guía van tan rápido (¿tal vez porque va drogado?) que pierdes al grupo fácilmente'.

Siguieron caminando, dos horas, tres horas, cuatro horas más ... quien sabe cuanto más. El recuerda que el coyote le había dicho 'esto va a ser rápido, unas dos horas a lo mucho', así que el se preparó para unos cinco horas en caso de que se tardaran un poco más, pero no para doce horas que era lo que llevaban caminando hasta el momento.

El tenía mucha sed y estaba cansado, pero no tanto como la mujer a quién prácticamente venía jalando. '¡Andale mujer, muévete que nos van a dejar otra vez!' Y ella solo lloraba. '¡Andale, por Dios, muévete más rápido!'. Pero no se soltaban de la mano.

Cuando estaba en el DF, preparándose para su viaje hacia el norte, quiso comprarse unos tenis ligeritos ligeritos pues pensó que le ayudarían a moverse más rápido en el desierto, así que se fue a Tepis y se compró los tenis menos pesados que encontró. Y ahora que se encuentra caminando en el desierto de Arizona viene a darse cuenta que comprar estos tenis fue un gran error, porque ahora que no hay luna, y ahora que no puede ver donde pisa ... ahora, ha chocado, pateado y pisado sin querer, muchos abrojos, y las espinas le atraviesan fácilmente el tenis y se le entierran en la carne y tiene que detenerse a quitarse las espinas. Pinches abrojos. Pinches tenis. ¿Cómo no lo pensó antes?

La mujer se le colgaba del brazo, la pobre apenas podía ya caminar. El grupo se detuvo a descansar. El se sentó en la arena y alzó la vista, y entonces comenzó a ver círculos rojos por todas partes. 'Creo que ahora sí ya me estoy volviendo loco'. También vió un muro negro negro y grande grande. La mujer lloraba sin parar. '¡Ya cállate!' Pero ella seguía llorando. El estaba tan cansado y sus piernas le dolían tanto, que ya no quería ni moverse. '¡Mejor que ya nos agarren!' pensó.

'¡Ja ja ja!' Se carcajeó de su propia inocencia al recordar su anterior intento por cruzar la frontera. Esa vez el coyote lo llevó caminando por el desierto cerca de cuatro horas, y cuando ya estaban cerca de una barda de alambrado de unos tres metros de alto le dijo ‘cuando yo te diga corres hacia el alambrado y te metes al jacal ese que esta del otro lado, ¿eh?’. Y el solo pudo pensar ‘bueno, espero que el alambrado se abra solo, o que se haga chiquito, ¿por qué, cómo se supone que voy a llegar a ese jacal si ese alambrado esta allí enmedio?’ Pero apenas estaba pensando esto cuando el coyote lo empujó brusca y fuertemente y le gritó ‘¡corre ahora pendejo!’ El corrió lo mas fuerte que pudo y cuando llegó frente al alambrado no lo pensó dos veces, trepó lo mas rápido que pudo y saltó por fin al otro lado, pero en esos momentos varios agentes de la migra que ya lo habían visto empezaron a rodearlo. El se refugió en el jacal pero los agentes lo encontraron fácilmente y lo regresaron de nuevo de lado mexicano. El solo pensaba en su hijo ‘pinche migra, mientras más veces me regresen más tiempo voy a tardar en volver a verlo”.

Y aunque esa vez a él no lo maltrataron, si pudo ver como a los más morenos los revisaban más detalladamente. Aunque ellos dijeran que eran mexicanos la migra nunca les creía, les pedía que cantaran el himno nacional mexicano, les pedía que dijeran de que estado eran y cuáles eran las capitales de dichos estados. A el sólo le preguntaron ‘¿de dónde eres tu?’ y el dijo ‘de Ecatepec’. Y san se acabó, no más preguntas.

Pero ahora, sentado en la arena bajo la noche sin luna, con el cuerpo todo adolorido después de caminar más de diez horas, sin agua, viendo visiones, y jalando a una señora desconocida (‘¿por lo menos será guapa?’) que no deja de llorar, ahora ya quisiera que la migra se apareciera por allí y los agarrara. Y es que esa vez los agentes se portaron buena onda con el, si hasta agua le dieron. Y agua es lo que necesita en estos momentos. Pero no, pinche migra, ¿dónde está cuando uno la necesita?

Después de un tiempo de descansar reanudaron su camino. Poco a poco fue aclarando. El guía les dijo que ya estaban a menos de una hora de Phoenix . Ya podían escuchar el ruido de los autos en el ‘freeway’. El aún seguía tomando la mano de la señora desconocida. No resistió la tentación y volteó a verla ‘quien quita y es una mujer guapa’. Y no es que el quisiera pegar su chicle con esta inmigrante, pues el ya era casado, pero haber pasado esta aventura junto a una mujer guapa le hacía sentir ciertos aires de importancia pues muy pronto podría presumir de ello con sus cuates.

Cuando finalmente pudo verle la cara a la mujer, su morbo estético desapareció inmediatamente al ver el gesto de inmensa gratitud que ella tenía en su rostro, así que solo le sonrió.

Al poco tiempo llegaron a las afueras de Phoenix. ¡Ahora sí lograron pasar! ¡Ahora sí la hicieron! ¡Ya podría ver a su hijo a quién no había visto desde hace más de tres meses cuando lo deportaron y lo echaron hacia México!
Aquí se acababa el viaje en grupo. Cada quién seguiría su propio camino. El hacia San Francisco, los demas quien sabe hacia donde. Habían arriesgado la vida juntos, nunca supieron sus nombres, nunca más se volverían a ver.

El coyote les ordenó que se dispersaran. Antes de que el tomara su rumbo, la señora que el jaló por más de diez horas se le acercó y le dijo que siempre estaría agradecida con él, que siempre rezaría por él, que nunca olvidaría que él le salvó la vida en el desierto. ‘Tengo seis meses de embarazo y no sé que hubiera sido de mí sin usted’. El no supo que contestar. Se dieron un fuerte abrazo y después cada quien siguió su camino.

Cuando el me contó todo esto hace una semana, el me dijo que se sentía muy orgulloso de haber ayudado a esa jóven madre, porque solo el se regresó por ella, si el no se hubiera regresado ella muy seguramente hubiera muerto.