[En memoria de Don Francisco Gordiano]
Ya han pasado más de dos meses desde que las grandes marchas por los derechos de los inmigrantes comenzaron, y aunque ya hace casi un mes de aquel histórico primero de mayo los problemas siguen, las redadas se han intensificado y se ha visto una nueva o renovada xenofobia contra nosotros.
Hace unos días los senadores estadunidenses crearon un acuerdo que podría aliviar un poco la situación de miles de inmigrantes indocumentados, pero obviamente no es suficiente. Y aunque el futuro se vea negro, o aunque pesimistas como yo lo veamos negro; hay algo, algo que no se ha podido apagar a pesar de los problemas, algo que ni los neo-kukuxklanes (los cazainmigrantes de la frontera) ni los xenófobos supremacistas blancos (como algunos legisladores) tomaron en cuenta, algo muy importante con lo que ellos no contaron, algo que tal vez ni siquiera nosotros sabíamos que teníamos, algo con lo que nosotros no contabamos y que por lo tanto no sabíamos que podíamos usar para defendernos.
Y ese algo es la dignidad reclamada y rescatada, el orgullo que obtuvimos al haber finalmente hablado, al haber sido capaces de demostrar nuestro enojo e indignación para defendernos y gritar a los cuatro vientos: ¡UN MOMENTO! ¡NO ACEPTO LO QUE USTEDES DICEN! ¡YO NO SOY CRIMINAL, SOY TRABAJADOR HONESTO Y SOLO BUSCO LO MEJOR PARA MI FAMILA! ¡YO NO SOY CRIMINAL!
Este poder hablar, este poder defendernos y reclamar nuestra dignidad es una experiencia como ninguna otra y nadie va a poder borrarla, ni siquiera nosotros mismos. Al no quedarnos callados tal como los conquistadores -a base de cruz y fuego-nos enseñaron hace más de quinientos años ya, nosotros ya estamos comenzando nuestra propia liberación.
Creo que por eso en las marchas y manisfetaciones no se ven expresiones de odio, porque a pesar de todo, o mas bien, sobre todo, tenemos el inmenso orgullo de saber o de intuir o de sentir que ya no somos los mismos porque ya hemos dados los primeros y mas importantes pasos hacia el total reclamo de nuestra dignidad perdida, dignidad que nos fue arrebatada a base de humillaciones, desprecios y malos tratos. ¡Pero ya no mas!
El sabernos parte de un grupo donde todos somos los orgullosos descendientes de aquellos diez mil valerosos indígenas que sobrevivieron al genocidio llevado a cabo por los españoles, el caminar orgullosos y levantando el puño derecho al gritar "¡Si se puede!", el caminar hombro con hombro, codo con codo con gente morena e indígena como yo, el no caminar con la cabeza agachada y escuchando los regaños del patrón blanco, el que no solo gente adulta pero que también y sobre todo los niños vivieran esto, el que vieran que sus padres reclaman dignidad para ellos mismos y para sus hijos, todo esto es un motivo inmenso de satisfacción, una satisfacción que nadie va a poder quitarnos. Una satisfacción con la que los cazainmigrantes no van a poder, van a seguir cazandonos como animales, pero no van a poder acabar con nuestro orgullo y satisfacción.
Ese orgullo y satisfacción que yo he visto en las marchas y manisfestaciones y que es tanto y se siente tan fuerte que a veces nos hace llorar. Yo he visto llorar a hombres y mujeres en las marchas, pero no lloran de tristeza sino de orgullo y esperanza. Así que: ¿nosotros, los sin voz? ¡No, nunca más!
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Y es importante saber que SI PODEMOS, y no es que podamos solo porque en estos momentos estamos reclamando nuestra dignidad perdida, pero podemos porque no es la primera vez que nos atacan y que salimos victoriosos. ¿Por cuantas cosas tuvieron que pasar nuestros antepasados para que nosotros pudieramos sobrevivir? ¿Cuantas humillaciones tuvieron que soportar aquellos diez mil indígenas hace mas de quinientos años para que nosotros pudieramos vivir? ¿Cuántas luchas y batallas tuvieron que librar para que nosotros pudiéramos estar hoy aquí?
Si ellos pasaron por tantas y tantas cosas y sobrevivieron, y gracias a ellos nosotros estamos aqui, entonces nosotros tenemos aún más razones para luchar y exigir nuestros derechos, no solo por nuestros hijos y su futuro, sino también para honrar las luchas y la memoria de nuestros abuelos y de nuestros padres. Somos herederos de su fuerza, coraje y valor. Seamos pues dignos herederos de su estirpe.